36. UNA HISTORIA DE MIEDO: EL SEÑOR DEL CHAMPÚ DE VOLUMEN

Este señor consiguió darme miedo de verdad.

Era una tarde muy tranquila, no había ni un alma en la calle. Yo me encontraba reponiendo la tienda (soy una persona que no puede estar sin hacer nada) cuando aparece por la puerta un señor alto, de unos treinta y muchos años, con gafas y pelo castaño claro de media melena. 

Entró en la tienda como un robot, pasó por mi lado sin saludar y  se fue directamente al fondo de la tienda  con paso agigantados, parándose en seco delante del mostrador y quedándose quieto como una estatua mirando al infinito. 

Suelto los productos y me acerco a él.

Yo: Hola, ¿le puedo ayudar en algo?

Con un movimiento de pies, se gira sobre si mismo sin mover el resto del cuerpo.  Me sacaba dos cabezas de alto, y esa expresión de su cara de mirada perdida, me dio una sensación muy incomoda.

Cliente: -Quiero un champú para mi pelo-

Se inclina sobre mí, clavándome la mirada y levanta su brazo para señalarme su cabello.




Yo: -¿Como es su cabello?, ¿graso, seco...?-

Cliente: -Mi cabello es fino, necesito volumen ¿ves?- (Y se inclina más hacia a mí)

Yo: -Veo que tiene las raíces grasas- (muy grasas)

Cliente: -Sí-

Yo: -Tengo uno por aquí que le ira muy bien, te va a dejar el pelo suelto, limpio y te va a dar el volumen que necesi....-

Cliente: -Me lo llevo- (que poder de convencimiento tengo) 

Me dirijo dentro del mostrador y el señor hace otra vez su juego de pies que da la vuelta sobre si mismo, parándose delante del mostrador.

Cliente: – ¿Entonces este me va bien?- me vuelve a preguntar muy serio. 

Yo: –Si lo quieres para el volumen, este es el mejor- 

Esperaba que hiciera alguna mueca de satisfacción, pero nada.  Me pagó, se dio la vuelta y se fue sin decir adiós.

Pues cada quince días, este señor aparecía para comprarme el mismo champú y enseñarme esa cabeza llena de grasa (no sé cómo le podía durar tan poco el champú).

No es por faltar el respeto, pero este señor se le notaba que muy bien de la cabeza no estaba.

Otra tarde tranquila, me encontraba limpiando la tienda, cuando aparece por la puerta.  Me disponía acercarme a la estantería del champú (después de tantas veces que me lo compraba, ya me ahorraba el discurso), cuando me dice:

Cliente: -Necesito unas tijeras ¿tienes tijeras?-

No me esperaba esa pregunta, y sin pensármelo, me acerco al cajón de las tijeras de peluquería.

Yo: -¿Si claro, que tipo de tijeras buscas?- 

En ese momento mi cerebro se da cuenta de la locura que estaba cometiendo “LE ESTABA ENSEÑANDO LAS AFILADAS TIJERAS A UN SEÑOR QUE PODRÍA SER EL PERFECTO PSICÓPATA”.  

Me doy la vuelta lentamente, y veo que está justo detrás mía, muy recto y muy quieto. Se inclina rápidamente hacia mí, para ver mejor el cajón rozando mi brazo derecho, coge una tijera, le quita la funda e incorporándose delante de mí, empieza a mirar fijamente la tijera.  




Un sudor muy frío recorre mi espalda, mi corazón empieza a latir rápidamente e intento que no se me note el nerviosismo. Mientras, él sigue observando la afilada tijera lentamente, con el dedo pulgar e índice metido en cada uno de los agujero de la tijera, empieza a abrir y cerrar la tijera lentamente.  Las cuchillas de las tijeras se encontraban a unos centímetros de mí, apuntando a mi cuello.  De pronto veo que me mira, y vuelve lentamente la mirada a la tijera. Me vuelve a mirar y vuelve a bajar la mirada hacia la tijera. No se cuanto tiempo se tiró así, puede que unos minutos... pero a mi se mi hizo eterno.




Mi cerebro no paraba de repetir “voy a morir, voy a morir”. Empecé a rezar mentalmente. Estuve a punto de reaccionar, cuando de repente me dice: 

Cliente: -¡Estas tijeras no tiene las puntas redondeadas!... es que me han dicho que para cortar papel necesito unas tijeras con las puntas redondeadas-.

Mi cuerpo se relajó, respire aliviada y le quite las tijeras rápidamente guardándolas en su funda.

Yo: -Estas no te valen, esto es para cortar el pelo.  Las que tú quieres las vende en una papelería-. 

Cliente: -¿Ahí las encontraré?- me dice muy serio sin gesticular. 

Asiento con la cabeza mientras cierro el cajón de las tijeras. 
Se queda pensativo, reacciona y girando sobre sí mismo, se va a la salida.  

No supe que era pasar miedo hasta ese día.

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