42. LA LECTORA

Sábado por la mañana, a falta de cinco minutos para cerrar.  Fue un sábado de mucho trabajo, no pare en toda la mañana.  Me disponía a hacer caja (los sábado por la tarde no se trabaja), cuando de repente entran dos mujeres en la tienda.

Ninguna de las dos tenía pinta de haber cerrado rápido su negocio para comprar antes de que yo cerrara, como puede pasarle a mis compañeras comerciales de la zona.  Con la tranquilidad que entraron venían de haberse paseado por toda la zona comercial.

Una de ellas, la más alta y delgada, llevaba el pelo ondulado a media melena de color rojo anaranjado.  Portaba unas gafas de pasta en un rostro sin maquillar y vestía estilo “hippie” con unos pantalones bombachos y camiseta de mangas cortas.  La otra mujer era todo lo contrario, bajita y rellenita, tenía el pelo oscuro, corto y muy rizado.  Ella vestía algo más casual, pantalones vaqueros y camiseta.  Las dos podrían tener unos cuarenta y tantos años.

La mujer más bajita se plantó delante del mostrador, mirando a su amiga que había entrado hasta el fondo de la tienda. 

Cierro la caja para contarla mas tarde, y observo a la mujer alta, que se encontraba en la esquina más profunda de la tienda con un tarro de champú, le da la vuelta al envase y empieza a leer toda la etiqueta de atrás.  Cuando termina de leerlo, lo suelta en su sitio, coge el tarro de mascarilla que se encontraba al lado y hace la misma operación que con el champú.  Mientras, la mujer más bajita no paraba de hablar y reír (no se ni de que me hablaba, estaba tan agotada de escuchar señoras que mi cerebro solo pensaba en cerrar y llegar a mi casa a descansar)




        Cuando suelta el tarro de mascarilla, veo que me coge otro tarro de champú que se encontraba al lado, le da también la vuelta y empieza a leer.  Miré el reloj y vi que sólo faltaban dos minutos para mi libertad, así que decidí aligerar la situación.  Me acerco a la lectora de etiquetas y le digo:

Yo: -¿Te ayudo en algo?- 

Ella me mira sonriendo y antes de que pudiera articular una palabra, dice la mujer bajita con tono sarcástico: 

Mujer bajita: -No hace falta. Ella es así tiene que leerlo todo-

Mujer lectora: -¡Claro! Tendré que saber lo que compro- y sigue leyendo.  

Mentalmente me dije “si claro, pero no a última hora hija de… tu madre” .

Yo: -¿Pero buscas algo en concreto?- 

Mujer lectora: -No gracias, estoy informándome de los productos que tienes.  Son interesantes-.  

(Me entro ganas de decirle “Señora esto no es una biblioteca” y cogerla por la espalda para lanzarla a la calle)

Vuelvo a mirar el reloj y llevaba diez minutos fuera de mi horario laboral, me dispongo a decirles a las  dos amigas que tenía que cerrar acercándome a la puerta  para cerrarla… cuando se me cuela dos clientas más .

Las siguientes clientas, dos mujeres de unos cincuenta y algo de años, de aspecto más pijo, no paraban de cotorrear entre ellas, sin mirar que yo estaba cerrando la puerta, entran y sin saludar ni nada se ponen a ver maquillajes sin dejar de hablar entre ellas.

Viendo el escenario que tenía montado en la tienda y la hora que era ya, apago alguna de las luces, dejando la tienda en penumbra, apago la radio y me pongo bien recta detrás del mostrador.

Las dos señoras pijas se quedaron en silencio, me miran y dice una de ellas: 

Señora pija: -¿Qué vas a cerrar?- 

(pensé: “No, que voy yo a cerrar, solo estoy poniendo un ambiente más íntimo para todas nosotras”) asi que le asentí con la cabeza y cogiendo cada una tres lápices negros para perfilarse los ojos, se acercan al mostrador para pagármelos y una vez hecha la transacción, se marchan las dos de la tienda retomando su conversación. 




Lo increíble era lo de la lectora, que la tienda casi oscura y seguía leyendo la tía, menos mal que la amiga que dejó de hablar y reír sola, le lanza un vocerío a su amiga lectora: 

Mujer bajita: -La chiquilla tiene ganas de irse ya, deja de leer tanto-

Creo que llegó a una parte muy interesante de cómo utilizar un champú, porque levantó la vista del bote de un sobresalto:

Mujer lectora: -¡Uy! No me he dado cuenta que había apagado las luces.  No quiero molestar más… Ya vendré otro día a ver los productos, son muy interesantes-, y con una sonrisa, abren la puerta y me quedo solita para terminar de contar la caja.

Una vez echado el cierre a la puerta, miro a la cafetería que tengo al lado de la tienda y me las encuentro allí sentadas con un señor, que no se acababan de sentar, pude comprobar que charlaban y bebían de unos vasos de tubo casi vacíos.

No sé porque los clientes esperan hasta el último minuto para entrar en una tienda… He visto como durante mi horario laboral alguna que otra clienta se pasea mirando el escaparate de la tienda, lo mira examinando todos los productos, y luego marcharse.  Pasada una hora más o menos, vuelve a acercarse al escaparate, echarle otro vistazo y marcharse a dar otra vuelta.  Al cabo de un rato hace la misma operación.  Y cuando sólo falta unos pocos minutos para el cierre, entra en la tienda a mirar y a preguntar.  

Volviendo a la lectora “hippie”, cumplió con lo que dijo y volvió al siguiente sábado, a la misma hora y acompañada esta vez por el señor calvo y alto que se encontraba tomando cerveza con ella el sábado anterior, que resultó ser el marido de la susodicha.

Esta vez había más clientas aparte de ella, así que pase de preguntarle porque ahí estaba ella cogiendo la botella de champú en la que había dejado su interesante lectura, así que me dediqué a atender a las demás para quitármelas  del medio y poder disfrutar de mi fin de semana.

Lo curioso fue la reacción del marido, vio que se puso a leer los botes y dijo: 

Marido de la lectora: -¡Uff! Ya empezamos… Te espero en la cafetería de al lado que esto va para largo- y se marchó dejando a su mujer en su profunda lectura.  (No me quiero imaginar lo que tardará esta mujer en salir del baño de su casa).

Termino con la última clienta, ya se había vuelto a pasar mi hora de salida y ahí estaba la señora leyendo, se había leído tres botes más.  Cierro la puerta, doy la vuelta al cartelito a cerrado, apago las luces y esta vez se dio cuenta ella sola que estaba cerrando.  Deja el bote que estaba leyendo en su sitio y dirigiéndose a la puerta toda sonriente me dice: 

Señora lectora: -¡Je, je! Adiós hasta otro día- y se marcha.

Después de ese sábado volvió al cabo de un tiempo, ya ni me acordaba de ella.  También era sábado y última hora, se inclina sobre el mostrador para alcanzar un champú que tengo en una estantería al lado del mostrador, lo coge y empieza a leer la etiqueta.  Pero esta vez no me iba hacer lo mismo, asi que me dirijo a ella: 

Yo: -¿necesitas mirar algún champú?-

Mujer lectora: -No, sólo quiero mirar como son estos champú que tienes ahí- me dice dejando el champú que había cogido y cogiendo el de al lado.  

Miro el reloj, quedaba escasos minutos al cierre y le digo: 

Yo: -Estos champú son naturales, no tienen ni parabenos, ni colorantes, ni sulfatos… todo natural para cualquier tipo de cabello que no quiere echarle tanto químico a su cabello-


La mujer con el bote en la mano se me queda mirando seriamente, lentamente lo suelta en el mostrador sin quitarme la mirada, creí que cometí el mayor error de mi vida.  Se gira rápidamente hacia la puerta de salida de la tienda y dando una voz a su marido, le invita a que entre a la tienda.  El hombre que se encontraba esperándola en la calle, entra y le pregunta que quiere algo extrañado (creo que se sorprendió que la mujer durará tan poco en la tienda): 

Mujer lectora: -Dame la cartera que me llevo este champú- dice la mujer dirigiéndose al mostrador.  

Me sentí aliviada a la vez que desconcertada, cogí una bolsita y le guarde el champú.  Y después de pagármelo se fueron los dos tan contentos.

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