2. LAS PALOMITAS SALADAS

El primer trabajo que tuve fue en un multicines de seis salas.  Empecé vendiendo palomitas, refrescos y chucherías en el ambigú, y con el tiempo acabe vendiendo entradas en la taquilla.




Durante seis años conocí a muchos compañeros de trabajo que se convirtieron en amigos, y a muchos clientes con sus peculiaridades…

El público de un cine es muy acelerado… todo el día van corriendo de un lado a otro, hasta que consiguen sentarse para ver la película.  Pero aunque la mayoría de los clientes compraban sus entradas, sus chucherías y se quedaban quietecitos viendo la película, había una especie de clientela muy "especial"…

Recuerdo una vez un señor de unos cuarenta y pico de años, de pelo castaño con barba; que salió en mitad de una sesión de cine con el cubo de cartón de palomitas en la mano.  Se acerca al mostrador y me dice muy serio: -Perdona, me gustaría cambiar estas palomitas-. 

Me inclino sobre el mostrador, miro el cartucho de palomitas casi vacío (se podía ver el fondo grisáceo del cartón) y levanto la cabeza mirándole con cara de “¿es una broma?”. 





Él sigue diciendo: -¡¡Mis hijas se han bebido dos botellas de agua!!… Estas palomitas están muy saladas-.  –Pero señor, el cartucho esta vacío.  No puedo cambiárselo-, le contesto con tranquilidad. 

El señor poniéndose más serio dice: -¡Como que no!, estas palomitas están incomibles.  Además vengo a por más agua para mis hijas que se están muriendo de sed-, le miro toda incrédula y le digo sin alzar la voz: -Pero si estaban tan saladas ¿porque está el envase vacío?-.  

Su respiración empezó a ser más sonora, se podía ver como se le abría los agujeros de la nariz: -¡Hombre!, sino las pruebo no puedo saber cómo están-, me di cuenta que esta conversación no iba a ninguna parte.  Respiro y le comento: -Vamos a ver, para probarlas no hace falta comerse el paquete entero, si hubiera venido con el paquete lleno se lo hubiera cambiado, pero así de vacío no puedo hacerlo-, el hombre mira el cartucho casi vacío de palomitas y me dice: -Esta no es forma de tratar al cliente… de momento voy a volver a comprar esas palomitas tan saladas… Me voy, al final me estoy perdiendo la película para nada- Y se marcha muy ofendido.

En ese momento llegaba dos de mis compañeras del primer turno de cena, cojo mi monedero y me marcho con mis compañeros a cenar en el segundo turno. Teníamos media hora de cena, y aproveche para comentarles a mis compañeros lo ocurrido con el señor de las palomitas, una de ellas me comenta que una tarde le sucedió lo mismo, y nos quedamos la media hora de cena riéndonos de lo sucedido.

 Terminamos la cena, y nos vamos para atender la siguiente sesión, cuando veo como el señor de las palomitas se estaba alejando del mostrador del ambigú con un paquete de palomitas lleno dirección a la sala donde proyectaba la película que estaba viendo.

Me quede con la boca abierta, me acerco a mi compañera que acababa de atenderlo y le pregunto: -¿Te ha comprado un paquete de palomita ese señor?-, mi compañera extrañada por la pregunta, me dice: -No, he tenido que llenárselo.  Por lo visto una de sus niñas le ha tirado el paquete de palomitas al suelo nada más entrar-, no podía creerme lo que estaba oyendo.  Le explico a mi compañera lo ocurrido con ese señor y ella no daba crédito a lo que oía, pero lo dejamos pasar porque ya se había metido en la sala y no íbamos a molestar a la gente que estaba viendo la película por un paquete de palomitas.

Después de una hora, ya no le di más importancia a lo ocurrido, y en ese momento termina la película del señor de las palomitas. Yo miraba desde dentro del ambigú, el pasillo de salida que queda fuera del recinto de cine, nos separaba una cristalera inmensa.  De pronto sale el señor de las palomitas con una chavala de unos treinta y pico de años pelirroja, de pelo largo y delgada, iban muy contentos comentando (supongo yo, que de la película que acababan de ver), pero lo increíble era... ¡¡¡que no llevaba ninguna niña con ellos!!!.









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